CUANDO SE ACABE LA PAZ
Imaginemos un pantano enorme donde moramos,
moléculas de tiempo. Fluye el tiempo en movimiento laminar a medida que el río
que lo alimenta empuja nuevas moléculas de tiempo. En el fondo, la quietud
absoluta, la serenidad, el pensamiento, la plena conciencia. En superficie, el
tiempo se evapora, es la muerte molecular. Somos moléculas de tiempo. Pero la
existencia tranquila está salpicada por la violencia, natural pese al disgusto de los griegos.
Ocurre que de mil en mil años, el tiempo se obstruye.
Cada fin de milenio y cada cambio de milenio, las moléculas de tiempo se quedan
sin horizonte, sin continente. La riada milenaria precipita violentamente
ingentes cantidades de moléculas sobre el pantano. Se calman las moléculas al unirse
al volumen enorme del pantano. Se agolpan
las moléculas contra el muro de hormigón de la presa. El nivel sube y sube, la
crecida. De repente la pleamar rebasa el pretil de la presa y el pantano
rebosa. Se precipita sobre el vacío una
cortina de tiempo incontenido; es suficiente su embate. Socava los cimientos de
la presa como una tuneladora. En el fondo del pantano se abre un agujero y por
allí se precipita lo que antes había sido paz, armonía y la indolencia del
tiempo tranquilo.
El agujero…el agujero es un tubo, es un
cilindro. El helicoide arrollado a un cilindro empieza a ser visto por algunas
moléculas del fondo como un cono de succión hacia un punto de fuga. Algunas mentes
oscuras auguraban una espiral convergente en el centro del lecho cenagoso; el necio y sabio vulgo de superficie reía
jocoso la ocurrencia. Ahora todo se precipita inevitablemente en el desagüe del
tiempo; en superficie no se ve. Hay turbulencias en el fondo del pantano, allí
donde se produce la fuga; en superficie no se ve. Observando ciegas el punto de
fuga sito allende el sumidero, confluyen solitarias las inteligencias con
perspectiva. Sin otra salida, se entregan fatales al flujo inevitable. Y al fin se ve. Tarde, en superficie, se ve.
El vértigo del miedo.
Sobrecogedor...
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