26 de diciembre de 2014

EL GUARDIÁN DE LA MONTAÑA



EL GUARDIÁN DE LA MONTAÑA


Anoche fui el guardián de la montaña.  ¡Cómo duerme todo en invierno...! El silencio es una pesada y lenta respiración. No hay cansancio...el tiempo y la luz de la noche se suspenden en la niebla, un tubo de neón. Una perdiz bate sus alas asustada y rompe el silencio. El jabalí contiene la respiración a mi paso..."lo sé, te huelo". Húmeda y dulce, en las hojas de los romeros, de los tomillos, del roble, de la carrasca...en la piedra lisa se condensa el agua. Resbala. El aire más caliente del día se la presta a las criaturas de la noche cuando el sol le da la espalda...el ciclo de la niebla. El aroma de tierra húmeda, de bosque mediterráneo, es embriagador. La montaña te deja hacer, te atrapa. La niebla se adensa...pareces engancharte en sus barbas. No son barbas, son los alientos condensados de todas las criaturas. Lo respiro y ya no hay cansancio....rompo a correr. Esta noche he venido a recoger, no a entregar. Ella sabe que conozco su secreto y ríe... ¡ya es mía! No hay cansancio. Soy el guardián de la montaña.

12-1-2012

20 de diciembre de 2014

Antipoesía: La musa



La musa...


La musa es una pompa de jabón,
una superficie de metales veteados
pulida por las altas temperaturas
abrasivas de un pulverizador
De soledad sin escoria,
Pura…
Se proyectan, en sus milímetros estereoscópicos,
películas de un solo pase...
que cuentan un sueño que solo
en el instante científico en que el sueño puede recordarse
puede aprehenderse…
para después contarse.
El aroma a clavelinas
del árbol del paraíso
desaparece de la rama amputada,
Así es la musa, una pompa de jabón
Una quimera para quién no la ha visto
Una ilusión.

10 de diciembre de 2014

Viaje inesperado a la literatura (I)





Me fui tres días hace unos días. Esos tres días que pasé fuera parecen algunos más. Preocupado terrenal y torpemente como estaba (conocedor de mi preocupación concreta) por el vértigo egoísta de no saber si sabré o podré mañana, pasado mañana, dentro de un año, escribir. Diciéndome que no importaba, partí sin otra expectativa que la de abstraerme un momento del vértigo. Si acaso, entretanto, que un azar virase el eje magnético de la Tierra y con el giro cambiase mi perspectiva. Pero sí importaba, ya lo creo. De todos modos, ¿qué podía yo hacer al respecto sino banalizar la cuestión?

Gran cantidad de cosas ocurren cuando nos dejamos flotar un momento, pero probablemente ignoramos que son las cosas que sondean en la esperanza- espíritu imperecedero- que flota junto a nosotros (mi propia esperanza) las que llamamos cosas casuales, casualidades  justo porque las pensamos como casualidades, el fruto sorprendente de la inconsciencia. Hay un sentido de búsqueda del inconsciente en la meditación, en dejar la mente en blanco, en dejarse ir. Tengo mis reservas sobre que tal estado de vacío sea idéntico al no buscado voluntariamente o a conciencia; uno no encuentra al inconsciente, muy al contrario, es abordado por él, tiene noticia de él. Porque, si es voluntario, ¿cómo tenerlo por abandono? No pienso al animal burlón que  se desvanece tras la mata ahíto de la bendita paciencia de esperar que estemos listos para apresarlo. Demasiada ventaja nos da el misterio si deja de serlo, no lo pensemos. En fin, volviendo al misterio, sagrado misterio, me sorprende vigorosamente toda vez que asoma el fruto de la inconsciencia, la experiencia insistida del obrar del inconsciente, el burlón animal de nuestra historia. En el sueño, en el cansancio, en el hastío, en la retirada al piélago tranquilo, en el despiste y en el extravío involuntario actúa sobre el entendimiento el inconsciente. Es el instinto del espíritu tan distinto al instinto de la carne y sin embargo tan íntimo y bestia el uno como el otro, ambos recluidos en una danza de imposible disociación en un puente colgado en el abismo.

Verás, viene sucediendo desde que aprendí a no esperarlo todo de la corta previsión y a no desesperar anticipando un desastre donde hay tan solo un fracaso; cuando, sito ya en otras coordenadas -otro cinismo- concibo la urgencia sin su plazo confederado. Es entonces que doy, cuando suena la campana, como sin quererlo o buscarlo, bien por un medio que el subconsciente tan conectado a lo indefinido con palabras, bien a través de un mediador, doy, digo, con el resorte secreto; las más de las veces con el libro preciso. Diría que en el entorno adecuado (y el entorno en absoluto lo es), en el bien buscado y preparado paisaje de soledad donde el autoengaño tiene poco que trabajar, conspiran el dato y la mente. Más que con la unidad de los días me sucede con las propias horas del día: algunas horas son muy largas, otras vuelan en comparación: tanto tiempo nada pasa y en tan poco pasa tanto…

Leyendo este libro, el preciso de este y para este momento, El lobo estepario, que en cierto modo parece escrito para hombres como yo, para tipos como yo, he anotado como destacado o, por mejor decirlo, he caído en la cuenta de algo que deserta presto y olvidadizo a la menor oportunidad. Toda expresión tiene un destinatario: saliendo de sí, la onda exploratoria, el mensaje, hace el ensayo radar que nos devuelve la naturaleza del entorno, ya quiera que sea éste un radicalmente vacío. El protagonista, Harry Haller, deja un legajo en la casa burguesa donde se aloja con unas indicaciones detalladas adjuntas: puede hacer el destinatario (otro inquilino de la casa pulcra y convencional, del confort autocomplaciente de hombre domesticado) lo que quiera y considere con el manuscrito. Es un momento clave. En ese entonces pensé:"joder, ¿queda alguien honesto que escribe para sí, para su presente, no para gustarse mañana sino para pasar la página de hoy...para la propia impresión del presente angustioso que es todo cuanto hay? ¿Es el presente todo cuanto hay? Entonces es menester abandonar impresa la crónica del hoy que a la madrugada deja ya de importar, para no conmoverse más con ello; la angustia reclama escribir para que lea la hoguera… ¿Y qué cosa es volver a ello mañana, a lo mismo con un nuevo matiz...para no trascender como escritor siquiera, desesperado lobo estepario, sino dar vueltas furibundas y debatirse hasta la extenuación en pos de encontrarse uno mismo en el punto de la fuga?”

Sin embargo es una ilusión, pura ilusión del escritor que él mismo no habrá de confesar sinceramente, tal como la que sufre el protagonista en su espera única, sola- y ya en tanto que espera, esperanza sospechada en vano- de reunir coraje y determinación para recorrer la última etapa, la que le llevará con los inmortales. Y es pura ilusión del escritor porque se vale Herman Hesse de la cuarta musa Harry Haller para alcanzar su arque-afán intrascendente –él como escritor no puede dejar de trascender-: ¿cómo, si es escritor? Imposible acallar el por qué del por qué del por qué y mil veces por qué con la insatisfacción total de no recibir respuesta. Si tiene que haberla, ¿será que la hay? ¿No será que el desamparo como forma íntima de vivir el mundo se filtra en nuestro sentido del más allá? El clima de la vida tiene su fruto en el alma. De puro sí mismo es incapaz Hesse, gran suerte para nosotros, de cubrir con cien mantas su brillo como acontece al desesperado en tapar su boca para no clamar contra el silencio.