7 de marzo de 2015

DEDICADO A ESPAÑOLES Y VENEZOLANOS




DEDICADO A ESPAÑOLES Y VENEZOLANOS

Año 2030. Esta noche he tenido un bonito sueño. He soñado que lo acontecido estos últimos quince años ha sido una pesadilla. He soñado…

<Año 2051. Esperando en mi escritorio el fin de mis días, ensayo un Contrafactual. 

“Año 2029. En preparación de los fastos que se avecinan con objeto de conmemorar el Primer Centenario de la proclamación de la Segunda República  española, asociaciones políticas (que lo son, se reconozca o no) afines al régimen, buscan con algarabía, cobertura mediática de la unanimidad de medios y gran propaganda, fosas comunes de la Guerra Civil y postguerra, haciendo sordina de la mitad “inconveniente” de ellas, por supuesto, que igual un facha es desenterrado que puede enterrarse de nuevo y aquí paz y después gloria. Vaya, hombre, que no hay forma de hacer coincidir la justicia partidaria con la justicia.  Entretanto, cadáveres de recientes crímenes sin resolver yacen amontonados de cualquier forma en la morgue en número creciente indiferente: ¿qué es la vida sin resolver el pasado? Una nadería, una bisutería, una bagatela, una baratija. Y la muerte cotidiana una consecuencia más de aquellos días, nos dicen. Nos dicen que viejos enemigos periclitados, generales ya muertos, continúan cometiendo los crímenes de la morgue.
¿No hubo cuarenta años de democracia? ¿Quién lo sabe hoy? Hartazgo. Yo sé y mucha gente sabe un saber clandestino. Sabemos que unos gusanos del régimen andan ninguneando los muertos de la represión y otros gusanos en régimen de engorde degustándolos.  La Justicia se detuvo en las puertas de esta incivilizada sociedad el día que cedió el cetro a esta gente con ideas monstruosas. Es verdad que la dinámica venía de antes, de atrás; pero fue ese aciago día que se cruzó el Rubicón. Y se dio cumplido final a la vida imperfecta. Hoy sabe bien a qué atenerse uno si quiere que nada le pase. Impera la vida en negativo: que no me pase esto, que no me hagan esto otro, que no me quiten aquello; también tiene sus premios, justo es decirlo. A tal afección, tal favor; a tal delación, tal consideración. Existiendo Paulov, ¿quién quiere culpas? Vivir es muy sencillo, basta con aceptar el estímulo de los timbres, la voz del amo. A ello solo cabe oponer la tristeza de la libertad, ¡qué necedad! Que mi cerebro se llene de endorfinas por ofrecer esta rebeldía opositora es lo más estúpido que ha podido sucederme, y es con esta estupidez que mis huesos cansados se arrepienten de mis años de claustro. 


Pero ya no me importan mis huesos. Llegado este punto asimilo los golpes desmoronándome. Ni me quiebro ni me doblo; simplemente me desmorono, me deshago, me disuelvo en el mar de mi sangre. Soy de iones, material y eléctrico, mis impulsos ya olvidaron los dolores físicos que pueda distinguir. Hoy solo me juego la conciencia, por fin soy libre. Con la felicidad en el rostro, dejo mi bata y mi pijama. Hoy me visto de verde monte, ¡qué apostura! Salgo a mezclarme con los jóvenes que han madurado, que andan poniendo en juego sus fuerzas y dejándose la vida contra los perdigones en las aceras.
Algo ha pasado. Creo que yazco en el suelo pisoteado por la turba juvenil. Parece que el pasado ya no sostenga al presente, que hay un despertar. Yo no lo veré, pero no estoy en mi despacho y me acaricia la esperanza: ¡gracias, Dios mío!”>

He despertado.



Año 2015. Siete de marzo. Sentado en mi escritorio espero las próximas elecciones generales.

5 de marzo de 2015

ROSAPELADA






ROSAPELADA (*)

Se crió con una frase que sorprendió en los labios de su abuela. Una noche, en las fantasmagorías de la lumbre, cuando se supone a los pequeños acostados, el niño no podía dormir. Tenía una salud precaria. Contaba seis años.

Bajó en estricto silencio las angostas escaleras y el murmullo acogedor de las voces de sus mayores se convirtió en conversación. A veces se sentaba en el antepenúltimo peldaño, arrebujado en una pequeña manta de lana. Hasta él llegaba la tibieza del hogar. Frente al niño se proyectaban las grandes sombras tranquilas a las que la pared desigual confería matices de otra vida. De allí a su cama lo llevaba su padre tantas veces…

Su abuela vivía con ellos desde el mismo día en que se enlazaron sus padres. Formaban su abuela y sus padres en conversación; formaban el taconeo reflejo de la mula, el estertor del gorrino, el olisqueo de los conejos, el reguñir carente de sentido natural de las gallinas en medio del sueño y los sobresaltos eventuales de los animales; y formaban los cascos de dos caballerías de la Guardia Civil que patrullaban la calle, mientras el niño y su hermano alternaban la molienda del grano entre sus piedra y manivela clandestinas y la vigilancia de la calle por el ventanuco del desván. Formaba todo ello el pasaje del viaje nocturno antes del sueño. Y aún antes de abandonarse al sueño el niño tenía una necesidad violenta de vida que atesoraba en el silencio con que descalzo bajaba las escaleras. Tan frías…
 
Se crió con una frase que sorprendió en los labios de su abuela.

"Este niño no se comerá las tortas de la Virgen de Gracia."

Era una condena. A muerte. Rosapelada. En esa España rural de la posguerra la resignación era la enseñanza de la fábula para la supervivencia de los seres viables…por encima del sufrido amor. El amor es un dolor.

Lo daban por muerto. A ese respeto reverencial a los mayores sobrevino el final de la conversación, la callada de sus padres; fue la última palabra dicha.

“-¿Por qué no contestas, madre? ¡Padre…!”

Y de su vida hizo una respuesta desmesurada. Rosapelada todavía espera.




(*)Rosapelada es el nombre que daban los campesinos del Maestrazgo a la muerte en el momento en que hace su paseíllo.