5 de marzo de 2015

ROSAPELADA






ROSAPELADA (*)

Se crió con una frase que sorprendió en los labios de su abuela. Una noche, en las fantasmagorías de la lumbre, cuando se supone a los pequeños acostados, el niño no podía dormir. Tenía una salud precaria. Contaba seis años.

Bajó en estricto silencio las angostas escaleras y el murmullo acogedor de las voces de sus mayores se convirtió en conversación. A veces se sentaba en el antepenúltimo peldaño, arrebujado en una pequeña manta de lana. Hasta él llegaba la tibieza del hogar. Frente al niño se proyectaban las grandes sombras tranquilas a las que la pared desigual confería matices de otra vida. De allí a su cama lo llevaba su padre tantas veces…

Su abuela vivía con ellos desde el mismo día en que se enlazaron sus padres. Formaban su abuela y sus padres en conversación; formaban el taconeo reflejo de la mula, el estertor del gorrino, el olisqueo de los conejos, el reguñir carente de sentido natural de las gallinas en medio del sueño y los sobresaltos eventuales de los animales; y formaban los cascos de dos caballerías de la Guardia Civil que patrullaban la calle, mientras el niño y su hermano alternaban la molienda del grano entre sus piedra y manivela clandestinas y la vigilancia de la calle por el ventanuco del desván. Formaba todo ello el pasaje del viaje nocturno antes del sueño. Y aún antes de abandonarse al sueño el niño tenía una necesidad violenta de vida que atesoraba en el silencio con que descalzo bajaba las escaleras. Tan frías…
 
Se crió con una frase que sorprendió en los labios de su abuela.

"Este niño no se comerá las tortas de la Virgen de Gracia."

Era una condena. A muerte. Rosapelada. En esa España rural de la posguerra la resignación era la enseñanza de la fábula para la supervivencia de los seres viables…por encima del sufrido amor. El amor es un dolor.

Lo daban por muerto. A ese respeto reverencial a los mayores sobrevino el final de la conversación, la callada de sus padres; fue la última palabra dicha.

“-¿Por qué no contestas, madre? ¡Padre…!”

Y de su vida hizo una respuesta desmesurada. Rosapelada todavía espera.




(*)Rosapelada es el nombre que daban los campesinos del Maestrazgo a la muerte en el momento en que hace su paseíllo.

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