16 de marzo de 2014

EL MEJOR MUNDO POSIBLE (I)








EL MINUTO TEMPRANO. ABANDONANDO EL PARAÍSO.

En el minuto temprano de la humanidad, cuando éramos cazadores y recolectores, el paraíso podía ser representado por la naturaleza virgen y feraz. No imagino qué otra cosa sean las pinturas rupestres. Pienso en las impetraciones a la abundancia anotadas en los abrigos de roca, en los resguardos; me asalta el desconcierto pensando  que la forma de vida humana ya es sentida por el propio ser humano como una intrusión en el paraíso. Soy un intruso… ¿de dónde vengo? El desasosiego íntimo que origina en el hombre saberse agente destructor del equilibrio natural que le sustenta queda explicitado en la piedra: es el arte. El lamento por la generosidad herida y menguante de la tierra, el deseo que no esconde un temor profundo por la pérdida, el ruego, la necesidad de conocer el modelo y fabricar la fórmula ritual que restablezca la armonía, el saber tan cercano el modelo original de la naturaleza y haber conocido su pureza un instante antes de herirla: el arte, con todo lo que atesora de utilidad primitiva, cuando estética y ética no eran las partes enfrentadas de un conflicto. La voluntad conmovedora, intento patético, del primer intelecto humano de comprender y aliviar la ansiedad de la especie (también del sujeto) es la ingenuidad racional. La magia simpatética con sus principios de semejanza y proximidad, conocida parcialmente como homeopatía, es el primer piloto del conocimiento arrancando en los albores. Su fruto es el fuego robado de Prometeo. Nuestra esquizofrenia nace de un hecho innegable: la falla abierta a nuestros pies por la consciencia establece una distancia abarcable con la vista, imposible para nuestros pasos, entre nosotros y la naturaleza. La conciencia de la propia muerte y la esperanza de trascenderla, que Edgar Morin ha bautizado magistralmente como “brecha antropológica” marca el origen de nuestra existencia.

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