EL MINUTO TEMPRANO. ABANDONANDO EL PARAÍSO.
En el minuto temprano de la humanidad, cuando éramos
cazadores y recolectores, el paraíso podía ser representado por la naturaleza
virgen y feraz. No imagino qué otra cosa sean las pinturas rupestres. Pienso en
las impetraciones a la abundancia anotadas en los abrigos de roca, en los resguardos;
me asalta el desconcierto pensando que la
forma de vida humana ya es sentida por el propio ser humano como una intrusión
en el paraíso. Soy un intruso… ¿de dónde vengo? El desasosiego íntimo que origina
en el hombre saberse agente destructor del equilibrio natural que le sustenta
queda explicitado en la piedra: es el arte. El lamento por la generosidad
herida y menguante de la tierra, el deseo que no esconde un temor profundo por
la pérdida, el ruego, la necesidad de conocer el modelo y fabricar la fórmula ritual
que restablezca la armonía, el saber tan cercano el modelo original de la
naturaleza y haber conocido su pureza un instante antes de herirla: el arte,
con todo lo que atesora de utilidad primitiva, cuando estética y ética no eran
las partes enfrentadas de un conflicto. La voluntad conmovedora, intento
patético, del primer intelecto humano de comprender y aliviar la ansiedad de la
especie (también del sujeto) es la ingenuidad racional. La magia simpatética
con sus principios de semejanza y proximidad, conocida parcialmente como
homeopatía, es el primer piloto del conocimiento arrancando en los albores. Su
fruto es el fuego robado de Prometeo. Nuestra esquizofrenia nace de un hecho
innegable: la falla abierta a nuestros pies por la consciencia establece una
distancia abarcable con la vista, imposible para nuestros pasos, entre nosotros
y la naturaleza. La conciencia de la propia muerte y la esperanza de
trascenderla, que Edgar Morin ha bautizado magistralmente como “brecha
antropológica” marca el origen de nuestra existencia.
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