26 de septiembre de 2016

LA GAITA, EL VACÍO Y EL ECO



LA GAITA, EL VACÍO Y EL ECO




Te has alejado del mundo para escribir. Es una lejanía necesaria que a partir de algún instante se convierte en compañera, en horizonte, en vida después del Armageddon. Aislado. Ahora, cuando pasas el mono de la vida en sociedad, cuando todo lo dejas atrás...cuando percibes que lo ilusorio debiera ser real, no puedo explicarte lo tentador que es cerrar para siempre las cuentas con el mundo y no volver. No puedo explicarte -no hace falta- la felicidad que encierra el hecho de cortar tu nudo de las redes. 

Sin embargo, es la mano, amigo, la mano, esa que palpa el exterior, el instrumento, la interfaz entre un hombre y el mundo. La mano piensa. No basta con ver, hay que colisionar contra el exterior. Se rompe la soledad como una pompa de jabón. Concluye la obra de la ilusión y nace la obra. Entonces ocurre. El escritor necesita lectores. No hablo de una necesidad interesada o económica, no de autoafirmación. La cosa tiene que ver mucho más con el vacío en que la melodía se pierde original y también con el hecho de volver a escucharla -tócala otra vez, Sam- siquiera cargada de halagos y desprecios, maltratada o engreída por el público. Cuando escribe, piensa la mano, no la mente. Lo dice muy bien Beckett en Buscando a Godot. Pensar es oír. 

VLADIMIR: Cuando uno piensa, oye.
ESTRAGON: Cierto.
VLADIMIR: Y eso impide reflexionar.
ESTRAGON: Claro.
VLADIMIR: Impide pensar.
ESTRAGON: De todos modos se piensa.
VLADIMIR: ¡Qué va!, resulta imposible.
ESTRAGON: Eso es, contradigámonos.
VLADIMIR: Imposible.
ESTRAGON: ¿Tú crees?
VLADIMIR: Ya no nos arriesgamos a pensar.
ESTRAGON: Entonces, ¿De qué nos lamentamos?
VLADIMIR: Lo peor no es pensar.
ESTRAGON: Claro que sí, seguro, pero algo es algo.
VLADIMIR: ¿Cómo algo es algo?
ESTRAGON: Eso, hagámonos preguntas.
VLADIMIR: ¿Qué quieres decir con algo es algo?
ESTRAGON: Que es algo, pero menos.
VLADIMIR: Evidentemente.
ESTRAGON: ¿Entonces? ¿Y si nos considerásemos felices?
VLADIMIR: Lo terrible es haber pensado.

Pensar es oír un bullicio atropellado de palabras impronunciadas -y hasta inexistentes- en el encierro que es la mente. Pero entonces pensar es el silencio de las manos, y eso no puede ser. En todo caso es componer: la respuesta al pensar. 

El lector tiene para el escritor una importancia absoluta. Es la pared que con su peculiar geometría acústica devuelve un eco depurado, como limpio de lo que son los ruidos en el criterio del lector. Cada lector dirá que los ruidos son unos y depurará la onda a su imagen: es la imagen el lector, un espejo personal en que el autor también se ve deformado. 

El escritor loco atrapa la bastarda confusión...después cierra las ventanas y obtura los oídos. Al escuchar va revisitando la cacofonía deshilachada. Vuelve a ser el escritor una cámara anecoica. Tal vez ahora todo encaja. No basta el vacío creador, no basta el vientre de la gaita. No basta porque en cierta forma el escritor es el objeto de su ceguera. El escritor se sabe como ángulo muerto. 

La obra está viva y el escritor no puede retenerla si no quiere que muera. No puede retenerla salvo como recuerdo. El final de la composición es en efecto la salida al mundo. Escribir es crear. Es fecundar: las manos. Gestar: la mente. Parir: los lectores. Abandonar: recordar, ser recordado. 

El escritor se perfecciona componiendo una especie de collage con todas estas caricaturas, algunas bien grotescas. 

Las claves del escritor son dos. El vacío. Los ecos.

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