3 de noviembre de 2014

CAPÍTULO ONCE. HORA DE LOS FANTASMAS



HORA DE LOS FANTASMAS

Las tardes son, según los días, las estaciones y la actividad que realice, una inquietud, un desasosiego. Ansiedad. Transcurría, por ejemplo, un día interior de otoño, cuando celebraba la sobremesa de mi retiro. Rellenaba mi taza de loza con café recalentado en un cazo; en el asa de la taza insertaba mi pulgar y jugaba, mientras lo rozaba, a descubrir su color hueso arrastrando la pátina de mugre gomosa. De los vasos, los platos, los cazos, las ollas, las tazas…solo ha de fregarse la cara interna. De las cucharas, todo menos el rabo.


“Ahora se oculta el Sol tras las chimeneas”. Ansiedad. Por mi ventanuco orientado al norte nunca entraba el sol. En el perfil de la añosa fábrica textil cuarenta años antes abandonada, al otro lado del barranco, dibujaba el poniente una línea incandescente de abandono, en sus mellas de cristal bullía el último rayo…Se levan
taba del suelo el cierzo. Un anillo de viento se arrollaba en espiral a cada grado de tierra por el Sol abandonado, de norte a sur, silbando a medida que el frío del cielo robaba el pulso vivo de las rocas. Un cristal vibraba bajo el cierzo y obsequiaba mi buhardilla con un reflejo desigual, un morse del último rayo. La señal. Luz norteña, luz moribunda. Entre dos luces. Hora de los fantasmas. 


Cada vez que estoy jodido, los cabrones se despiertan. Entre dos luces traiciona el mundo a las lagartijas; mas con  su vientre pegado a la roca absorbe el calor residual y puede la lagartija, como Dios, llamar a la luz día y a las tinieblas noche. Y yo, maldita sea, no puedo cortar por ahí porque no puedo incendiar la luz norteña ni de hielo negro teñir su sombría frialdad. Y en esas horas me debato con ellos. Hoy por hoy  es un juego de niños. En Gotham, durante los meses de la caída, temía esa hora .Sucedía un día, otro, otro, cada día, en invierno, sucedía en miércoles, en febrero, sucedía en verano. Me sentía tan solo y tan obligado a soledad... La oscuridad se valía de un ardid: a través del pudor y  vergüenza a verme expuesto secuestraba mi conciencia y, yo, obediente a su mando y temeroso de romper la imagen que los míos de mí guardaban, buscaba estar solo. Un día, otro, otro día, invierno, cualquier día de verano…estaba solo...Tumbado en mi camastro, perdida la vista en el techo, batía con las manos el aire de mi buhardilla asestando a fantasmas reales
manotazos imaginarios.

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