TRIBU, PUEBLO Y POPULISMO
Odio la tribu, aborrezco la fuerza del número. En la fuerza
del número se diluyen la falta de ética, la mentira, la cobardía, la injusticia
y la sinrazón. El número se impone por el número. Ni por su valor, ni por su
honor, ni por su nobleza. El número se impone por su comunión violenta.
"Venceréis, pero no convenceréis"...
Es por esto mismo, llevado a último término, que odio a
quienes hablan en nombre del pueblo y aborrezco la misma noción de pueblo. Es
pueblo el sustrato que de la tribu en la sociedad subsiste; primario, básico,
primitivo, vulgar, antropófago y liberticida. Es pueblo una extensión geográfica de tribu.
Lo único que puede en efecto defenderse desde el
número es la imposición-violenta si hace falta-de los postulados. Apelar a pueblo es hacerlo a la violencia como
latente amenaza a toda contrariedad que se presente. El populista conoce bien el
hecho y mediante arcano conocimiento de los bajos apetitos, se apropia de la
voluntad popular.
El populismo es lo contrario a la democracia, antagónico
esperpento. La una, democracia, basada en la voluntad individual de los
ciudadanos libres e iguales; su antagónico esperpento, el populismo, en el
atropello de la libertad individual, en la sumisión personal a la peste de la
masa. Por ello, populismo y democracia son irreconciliables e incompatibles. Si
en el mundo que viene una persona, cualquier persona, debe aspirar a ser
respetado como tal por el valor supremo de su vida humana individual, la
sociedad debe encaminarse a un concepto vivido y activo de ciudadanía. No enfocar
la navegación hacia puerto de tal incierta naturaleza y virtualmente utópica
arribada, es quedarse en esta ribera del mar a languidecer en la desesperación,
en el hastío; solaz en la cualidad porcina del hombre presente.
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