Imagina a un
Blesa cualquiera desnudo en la plaza del ayuntamiento de Madrid, cosechando el
silencioso desprecio de la multitud. Y también...Imagina a un Blesa cualquiera perfectamente
trajeado, altanero y ufano en el balcón del Ayuntamiento de Madrid mientras es aplaudido
por un millón de personas.
En ambos casos, él depende absolutamente del dictamen de los demás. Él sabe que es un
sinvergüenza pero su íntimo regocijo es saberse a salvo, resguardado por la
serie de trampas, tretas y añagazas con que esconde su delictuosa vida a la opinión pública. Como sinvergüenza que
es, su mente únicamente está dotada de raciocinio, de racionalidad, pero su
espíritu carece de razonabilidad; el concepto que tiene de sí mismo y su
importancia todo lo justifica, su egolatría serena y acalla su conciencia. Así
es la vida del cínico corrupto, incapaz de actuar según los dictados de una
conciencia acallada, encerrada tras la máscara. Solo le mueve su interés…Ese
será, su propio interés, la fuerza que le mueve como hombre público; su freno
es la posibilidad de ser cogido con las manos en la masa, su verdadero drama es
que le pillen. En ningún caso se
valora a sí mismo como sinvergüenza: por eso es precisamente un sinvergüenza.
En ningún caso es una toma de conciencia lo que le pone triste. Para él existe
un único arrepentimiento…
“Me
arrepiento de…que me hayan pillado”
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