ASÍ ME FUI
Miraba a través del cristal las rejas y a través de
las rejas el recinto, la verja…Miraba más allá.
Si encuentro la cadencia adecuada, si reprendo de
mis pasos la costumbre estrepitosa, métrica, si desprendo de su lasitud los
músculos adoloridos e insuflo la viveza
a los pies del aire, todo lo que pienso y todo el miedo que me tiene preso será
desatado, despedazado, y los eslabones rotos volarán en todas direcciones.
Quiero estopa, jirones, esquirlas, metralla, hilos y retales, cosas que no se
pregunten cosas, que no se aten si no es mi deseo, para poder tejer en la
tranquilidad callada un entramado distinto, para alcanzar a vestir de nuevo la
sencillez. Andar despacio, correr…no es suficiente o es demasiado, no me basta.
Quiero el ritmo natural único, el que no cansa, el que no admite descanso, el
que se arma de calor para cruzar las umbrías y las pequeñas Siberias, el que se
entibia y alegra como una lagartija cuando se encuentra de nuevo con el Sol, el
que conoce la noche y la hora más fría del alba y no por ello, y no por otros
avatares, turba su fe ni reniega de su tarea. El que se frota las manos con
cada acertijo del clima y de las horas.
El que anda por andar de sí queda colmado cuando honra en la dinamo de los pasos su libertad. Alegre, silba por silbar unas notas sueltas; y cuando la oscuridad se ensancha se hace más fuerte, validándose en la flecha que viene de lejos. Retado el miedo de una vez y para siempre, se anuncia a la sombra en son de paz, valor y fuerza. Cada momento tiene su nota, solo una nota, alucinante y dramática porque ese es atributo exclusivo del tiempo; la naturaleza es melodía. Ella, la única melodía, la orquesta total que suena en el millón de sus rincones por donde el tránsito es el deleite de la carcajada en la incomprensión. La serenata no se repite, libre. Tiene que ser así…el viejo Doppler sabe bien soplar la corneta del tiempo que huye…para no más volver.
El que anda por andar de sí queda colmado cuando honra en la dinamo de los pasos su libertad. Alegre, silba por silbar unas notas sueltas; y cuando la oscuridad se ensancha se hace más fuerte, validándose en la flecha que viene de lejos. Retado el miedo de una vez y para siempre, se anuncia a la sombra en son de paz, valor y fuerza. Cada momento tiene su nota, solo una nota, alucinante y dramática porque ese es atributo exclusivo del tiempo; la naturaleza es melodía. Ella, la única melodía, la orquesta total que suena en el millón de sus rincones por donde el tránsito es el deleite de la carcajada en la incomprensión. La serenata no se repite, libre. Tiene que ser así…el viejo Doppler sabe bien soplar la corneta del tiempo que huye…para no más volver.
Una vez todo lo que deseas ser se agolpa como ariete
contra el portón de tu frente, toda vez que el cajón de asuntos pendientes
rebosa de papeles raros que dicen cosas raras, cuando el ojo cansado de mirar
cercano cierra y se abre el ojo de ver más allá de su lente, llega la hora de
cerrar el carpesano. Queda el jefe lanzando amenazas y salivazos pero son, desde ahora lo declaro, mis oídos sordos; escucha, hay una idea
volátil bromeando tras la verja, burlona, interpuesta entre la nómina del miedo
y la brisa montaraz de la calle sin fábricas ni pintura, entre la orden del día
y el asfalto conquistado de tomillo y albedrío: me voy. No eres quién que
puedas lanzarme al foso de los
finiquitos de la selva, jefe, tan fieros… Hoy no, holográfica amenaza, queda en
rabia con tu rabia: te regalo el finiquito, me voy.
Y así me fui y me va bien.
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