VÍVIDA DESMEMORIA
La anestesia permite que nos amputen miembros sin
dolor. El sedante permite que nos operen apagando durante la intervención
nuestra conciencia. Pero el dolor regresa y regresa la conciencia, y el miembro
ausente duele porque nos duele la ausencia. No pasamos el tiempo conscientes de
nuestro brazo izquierdo, simplemente funciona armónicamente en la unidad
superior del cuerpo. Cuando pierde sus funciones o merma su capacidad, más
todavía si se nos amputa, se le echa terriblemente en falta.
Así es la desmemoria de los españoles: una falta de
conciencia de lo que tenemos, que se activa si durante el adormecimiento se nos
roba y se pierde lo que tenemos. La conciencia despierta cuando nos roban los
nombres de las calles y las plazas. En los momentos que siguen al robo quedan
patentes las medias verdades y las mentiras que se han dicho o las cosas que
han callado sobre el personaje (persona o acontecimiento) conmemorado en tal o
cual calle. Estaban ahí, forman parte de nuestra historia desmemoriada;
historia no por ello menos real, menos historia. Y no me vale con que tal
régimen o tal otro en su día hizo lo propio barriendo hacia su lado ideológico
o justificativo. El borrado de la memoria histórica es viejo como el mundo. Lo
hizo Akhenatón con el culto en los
templos a los diversos dioses para imponer su misticismo de la Luz; y lo
padeció tras su muerte cuando su nombre fue borrado a cincel de todas las
estelas. El borrado de la memoria es un deseo
consciente de evitar la continuidad en el tiempo de una obra,
de un periodo histórico, de un régimen. Lo que hoy se hace se
hace en democracia. Se hace desde la Democracia que nace
de una Transición ejemplar por más que hoy denostada, de un pacto
constitucional y si se quiere, de un deseo de libertad sin ira. Se hace con idéntica tendenciosidad y sectarismo,
pero también con ansia revanchista. ¿Hay quien no vea que hemos pasado estos
últimos 40 años virando hacia el rojo? Si de comparar regímenes se trata, este
régimen democrático está poniendo de manifiesto una bajeza insuperable porque
al sectarismo propio de las dictaduras une el cinismo incapaz de exigir y
desear una justicia sin nombres y apellidos. Para colmo de despropósitos, reúne
en torno a sí esta democracia degradada en que nos vamos sumiendo, un grotesco
sentido de la proporción: ¿debe desaparecer Dalí del callejero y conservar
Largo Caballero su busto en Nuevos Ministerios? ¿Son acaso uno y otro personaje
equiparables en vida, obra y responsabilidades? ¿Hay justicia en ello?
Un día soñaron nuestros padres con cerrar las
heridas. Se atrevieron a postular que sería posible atenuar el movimiento
pendular del odio. Quisieron reconciliar las dos Españas de sus mayores y conciliarse
en ella. Imaginaron que podrían acarrear como penitencia menor la llegada de
una justicia imparcial. Creyeron que el deseo de concordia podría con el
odio y salvaría el rencor con el transcurso de las generaciones. Hoy
pueden ver todo eso frustrado por sus hijos y sus nietos. No sólo estamos borrando el legado de nuestra historia reciente, estamos a través de esta temeridad revanchista poniendo el futuro en unas coordenadas desprevenidas, incautas y frágiles. Por el odio y el
rencor somos peores que nuestros padres y abuelos, peores que aquellos que
guerrearon en nuestra dichosa Guerra Civil.
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