La pregunta no es que tengo yo contra la homosexualidad o contra los
homosexuales. Es una pregunta que presupone que tengo algo contra
"ellos", y entrecomillo "ellos" porque a su vez la presunción presupone
que hay un "ellos" y un "nosotros", una barrera entre colectivos que yo
nunca he levantado. Entre otras cosas porque aborrezco los colectivos,
los aborrezco de corazón. Yo soy cristiano, no el cristianismo, soy un
hombre blanco, no "los blancos" ni "el blanquismo", soy heterosexual,
no "los heterosexuales". Solo creo en las personas: y de ellas, las
personas, solo creo en las que creo. No creo en supremacías ni
privilegios de clase o grupo, y mucho menos si aplican la fuerza o la
coerción grupal sobre las relaciones en sociedad y sobre la ley bajo el
paraguas de un lobby. La pregunta no es que tengo yo contra la
homosexualidad, la pregunta es qué hace tal o cual lobby contra mi forma
libre de vivir.
Hay corrientes de pensamiento - y lo que es más sangrante, ideologías
cientifistas-, colectivos (lobbies), ideologías y grupos políticos que
basan su manipulación en una sutileza que pocas veces desenmascaramos. Y
así, sin más, te ves remando a la defensiva como si hubieras ofendido.
El acoso es tan intenso ("los enemigos de la libertad no descansan") que
vamos siempre a remolque, impedidos para el pensamiento. Ruido de
carrozas, explosiones de confeti, fuegos de artificio y decibelios,
hipnosis y movimientos vertiginosos, teatro: nunca hemos tenido la
iniciativa contra las nubes de moscardas que nos acosan. Petrifican el
debate, fosilizan el pensamiento y reducen a enemigo a todo crítico,
ridiculizan toda protesta y demonizan todo argumento. Hay que romper el cerco.
ROMPIENDO EL CERCO DE LAS MOSCARDAS
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