ROSAPELADA (*)
Se crió con una frase que sorprendió en los labios de
su abuela. Una noche, en las fantasmagorías de la lumbre, cuando se supone a
los pequeños acostados, el niño no podía dormir. Tenía una salud precaria. Contaba
seis años.
Bajó en estricto silencio las angostas escaleras y el
murmullo acogedor de las voces de sus mayores se convirtió en conversación. A
veces se sentaba en el antepenúltimo peldaño, arrebujado en una pequeña manta
de lana. Hasta él llegaba la tibieza del hogar. Frente al niño se proyectaban
las grandes sombras tranquilas a las que la pared desigual confería matices de
otra vida. De allí a su cama lo llevaba su padre tantas veces…
Su abuela vivía con ellos desde el mismo día en que se enlazaron
sus padres. Formaban su abuela y sus padres en conversación; formaban el
taconeo reflejo de la mula, el estertor del gorrino, el olisqueo de los
conejos, el reguñir carente de sentido natural de las gallinas en medio del
sueño y los sobresaltos eventuales de los animales; y formaban los cascos de dos
caballerías de la Guardia Civil que patrullaban la calle, mientras el niño y
su hermano alternaban la molienda del grano entre sus piedra y manivela
clandestinas y la vigilancia de la calle por el ventanuco del desván.
Formaba todo ello el pasaje del viaje nocturno antes del sueño. Y aún antes de
abandonarse al sueño el niño tenía una necesidad violenta de vida que atesoraba
en el silencio con que descalzo bajaba las escaleras. Tan frías…
Se crió con una frase que sorprendió en los labios de
su abuela.
"Este niño no se comerá las tortas de la Virgen
de Gracia."
Era una condena. A muerte. Rosapelada. En esa España
rural de la posguerra la resignación era la enseñanza de la fábula para la
supervivencia de los seres viables…por encima del sufrido amor. El amor es un
dolor.
Lo daban por muerto. A ese respeto reverencial a los
mayores sobrevino el final de la conversación, la callada de sus padres; fue la última palabra dicha.
“-¿Por qué no contestas, madre? ¡Padre…!”
Y de su vida hizo una respuesta
desmesurada. Rosapelada todavía espera.
(*)Rosapelada
es el nombre que daban los campesinos del Maestrazgo a la muerte en el momento
en que hace su paseíllo.
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