Era yo un chaval de 19 ó 20 años. Venía de Madrid en un
bus de la compañía Auto-Res. Tengo asociada esa compañía a viajes intempestivos
entre Madrid y Valencia de gente rota, triste y callada, insomne, siempre con
llegadas nocturnas de domingo. En aquella ocasión viajaba yo en el autobús.
Llegué a Valencia a la una de la noche, como no, de domingo. Era invierno y una
bruma ocre ensuciaba el lugar y la perspectiva, dando a todo un aire
monocromático deprimente. A esas horas el abandono y la soledad del lugar
invitan a abandonarlo presurosos. La zona no es muy segura de noche. Al salir
de la estación me puse a caminar hacia mi piso. Tenía que caminar unos 45
minutos, cargado como iba. La gran carga de mi mochila de dos asas colgada
sobre un hombro me daba solidez y me hacía compañía. No recuerdo qué me llevó a
Madrid. Una chica, supongo.
Al salir de la estación crucé un paso de peatones y
seguí el curso del cauce viejo a paso ligero junto al pretil de piedra. Un tipo
muy raro, de esos raros que abundan en la noche y pasan desapercibidos o inanes
entre el gentío diario, me salió al paso de entre la sombra de un sauce. Tendría
entre treinta y cinco y cuarenta años, enjuto, de piel cetrina, de mediana
altura, ágil. Aminoré el paso sin desviarme, cauto pero frío, tenso pero
guardando el miedo. Su acento era originario del Este de Europa. Después de
unos segundos de silencio me pidió un cigarrillo, y yo saqué dos, uno para mí y otro para él, para
contrariar las prisas que sentía. El hombre se relajó, y al cabo de unas
caladas ya intercambiábamos frases. Después de un cigarrillo nos fumamos otro,
y así dos o tres cigarrillos más, olvidados uno y otro de tempranas intenciones,
pues ya el negocio que le había llevado al amparo del sauce llorón –debió pensar
él- carecía de sentido.
Me contó…Era yugoslavo, su país acababa de partirse
por la guerra. Toda una vida de familiares, trabajo, consistencia y amigos se
vino abajo en unos instantes. La guerra de los Balcanes. Amigos se hicieron enemigos,
su mujer y su hijo murieron, sus padres lo perdieron todo y vivían de la
caridad y en la indigencia. Un sálvese quien pueda y una dispersión, un exilio
y el arrastrar de cada historia personal llevaron su vida hecha jirones a
España.
"Yo tenía un país", lloraba en el pretil que
tan ajeno y tan cercano le compadecía desde la piedra fría. No lloraba por su
mujer y su hijo, por hermanos, amigos y padres. Lloraba por la inconsistencia,
por la suerte de todos, por su país. Lloraba por el mundo conocido que se había
derrumbado llevándose todo eso.
Siempre pienso en esta historia.
"Yo tenía un país".
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