
Es justicia
del Tao, justicia anterior a todo, que el alma de ese autor al que secuestramos
quede libre al fin de nuestras disputas sobre sí, Vagabundo Soberano.
En la
séptima lección, de la solemnidad natural del varón santo al desinterés
convencido del hombre perfecto, habla del sabio que se sumerge en el Tao y
revive el estado original…
"El
sabio se coloca en último término pero se encuentra en el primer término"
Trasciende las estructuras humanas del ego y del prestigio social.
El hombre es
el ser cultural; son estructuras humanas- a las que no vedamos su ser- el
prestigio social y el ego.
El prestigio
social…que viene a proscribir que hayas de mancharte las manos con el barro
vulgar…El ego invasor del entorno, que no se contiene en el yo, que desborda al
yo. El ego que rompe el equilibrio con la ajenidad…
La idolatría
del estatus…que cree que en alzarse de puntillas se hace el prestigio e
ignora que sea el prestigio vertido desde la altura.
Son falsos
estos carismas que palidecen cuando quieren admirarse en superioridad y se
colocan ante el respeto reverencial por el prójimo y por el yo, que se definen
por alteridad respecto al tú.
Frente al
ego que violenta al otro, el pleno yo. Frente a la altanería del prestigio
social, la empatía humilde e imparcial, que no atiende a posiciones, ciega como
la Virtud.
Y así, el
hombre santo no actúa por preferencia o interés, sino por deferencia espontánea
a la plenitud del tú que relanza la plenitud del yo.
Al “Tao Te
Ching”, camino de la virtud.
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