POR QUÉ
POLÍTICA
Se me está
haciendo dura la campaña electoral. Nadie le pone una pistola a nadie –de momento-
para que hable lo que no quiera o calle lo que no desee. A mí no es que me
guste. la política. Con la política me
pasan tres cosas fundamentalmente.
La primera
es que la entiendo. A mi pesar me concierne como una banda de malhechores que
me asaltaran en medio del camino. Entiendo que todo en ella nos afecta, la
micro y la macro-política; que en un mundo tan conectado y tan mentido como es
éste, el ámbito en que el ciudadano debe implicarse ya no es solo el municipio
tal y como decía Jose Antonio hace 80 años largos. Hoy las imposiciones llegan
desde muy lejos, desde tan lejos y a menudo desde tan inalcanzables cónclaves
ocultos e itinerantes que no podemos sino poner en entredicho la fuente de la
autoridad. Y debemos hacerlo. Porque vamos como ovejas complacientes al
matadero. Yo no sé con qué certeza pueden tantos asegurar que eso llamado el
"libre mercado" es comercio libre y no coercitivo. Yo no me creo ese
cuento. En absoluto. No doy por sentadas las certezas, sino el poder de las
dudas. Los anatemas no me gustan: la puerta de un redil se abre en este pasillo
que es la vida individual y nos invita a entrar cada vez que aceptamos una
premisa; y esta puerta se cierra cada vez que la asimilamos como inamovible,
porque en ese momento tiramos la llave por la ventana. La duda me mantiene
alerta. Que organismos asociativos propongan tal o cual cosa me pone en
guardia: ¿cómo ni me van a poner en guardia los Gobiernos de la UE y de USA? ¿Y
cómo no me van a poner en alerta total si están estos Gobiernos parasitados por
todo tipo de lobbies, intereses de lo más variopinto y grupos de presión y de
poder, a izquierdas, derechas, conservadores, liberales y marxistas?
La segunda
es que a pesar de la controversia que pueda crear al escribir sobre o hablar de
política, a pesar de poder ganarme enemistades, odios, afectos y blablablá, no
voy a dejar de hacerlo porque no puedo. Para mi sentido de la justicia y de la
libertad lo que está pasando y lo que puede pasar es muy peligroso. Yo siempre
he pensado que aniquilamos de jóvenes lo que echaremos de menos cuando seamos
mayores Que nuestro mismo transitar por la vida hacia el entendimiento dota de
todo el sentido a la tradición, entendida la tradición como devenir natural de
los usos y costumbres y de la cultura de un pueblo. El inmovilismo es un
invento de mentes retrógradas y el ritmo desbocado es una actitud de
descerebrados peligrosos. En estos momentos asistimos a un ataque en toda regla
a la naturalidad del devenir: se llama ingeniería social. Sus maneras
agresivas, fijaos en qué momento lo digo, no van a acabar bien. Estamos atravesando
el punto de no retorno en que será imposible el restablecimiento incruento de
la paz. No tengo impacto. No lo persigo como finalidad. Yo hubiera querido que todos viviéramos
tranquilos, mas de ninguna manera puedo desentenderme. Debe importarme más el
impacto recibido que el dado. Cualquiera en lid contra el huracán es uno contra
un millón. Yo elijo afianzar en el suelo los pies.
La tercera
tiene que ver con la pasión de saber. ¿Qué ocurre? ¿Cómo puedo explicarme el
mundo? Y a medida que voy haciendo el intento de respuesta, ésta huye un paso
más. Y la versión desagradable de todo lo que debe ser respondido es la
política, la acción política. El resto de lo que leo, pienso, estudio y
entiendo tiene por fuerza que aportar su sentido a la visión global. Es por eso
que no creo, por ejemplo, que el mundo se explique en base a buenos y malos ni
en base a relaciones causales; que sí existen el bien y el mal porque son la esencia
de la dimensión moral y ésta a su vez deriva de la libertad; que por supuesto
las acciones tienen consecuencias. Pero todo ello viene a obtener su
justificación o su refutación, por desgracia, en el juego de la voluntad de poder.
En
consecuencia...
Pensar todo
esto es un sinvivir, un desasosiego. Pero más todavía supone una liberación, un
algo que me empuja a encerrarme a la vez que salgo de mí con estas palabras con
la esperanza de encontrar en mí un reducto inalcanzable.